Caluroso día de invierno

3 nov. 823

En el pasado, cada vez que visitaba Valador me sentía demasiado pequeña, una hormiga dentro de un gran terreno que no me pertenecía. Quizá los dioses siempre habían sido caprichosos, quizá no lo eran en absoluto, pero aquello no tenía importancia.

Salí de aquel grandioso templo en busca de un poco de agua. Hacía demasiado calor para alguien como yo, acostumbrada a las gélidas temperaturas de nuestro reino, y necesitaba algo que aliviara mi temperatura.
Por supuesto, Valador era un sitio hermoso y a mí me causaba fascinación cualquier lugarque fuera diferente a Lossëgardh , pero siempre preferí mi lugar de nacimiento a cualquier otro… después de todo se decía que los Hrívë habíamos nacido de la nieve y no podía ser más cierto en mi caso.

Busqué con la mirada a mi alrededor, la gente iba y venía sin mortificación alguna arremolinándose entre los puestos colocados en la plazuela, pero perdí mi atención en cuanto mis ojos localizaron un pozo donde podría saciar mi sed.

Caminé a paso lento por entre la gente, aliviada de que la seda de mi túnica blanca se agitara con el viento a mi paso y permitiera que mi piel se refrescara, y al llegar a aquel lugar lancé el cubo de madera hacia el vacío y jalé la cuerda para traerlo a mí de regreso con aquel líquido que tanto deseaba. Sin embargo, en mi apuro, no medí mi fuerza y, al querer acercar el cubo hacia mí terminé por derramar parte del agua hacia atrás… salpicando a todo aquel que estuviera cerca.

El agua salió volando del cubo y yo giré tratando de seguirla con la mirada sólo para notar cómo caía sobre el pie de un hombre. Por un momento me quedé sin habla pues aunque era evidente que no se armaría una pelea al respecto (la ley sobre el suelo sagrado era clara sobre las armas) seguramente provocaría el enfado del desconocido y sin embargo su comentario, que pretendía ser halagador, me informó que no se encontraba para nada molesto.

Dejé salir un suspiro de alivio. Lo que menos quería era tener más problemas de los que ya llevaba sobre mis hombros y sinceramente mi espíritu, que tiene la tendencia a meterse en líos, no tenía ganas de discutir.

Al final me decidí por sonreír, no era la frase más original que había escuchado pero al menos no era un regaño.

- Espero que no lo esté señor, porque le aseguro que frente a usted no estaría viendo a un ángel si no a un demonio con la imagen de un cordero – respondí mordazmente para darle a entender, de alguna manera, que no me encontraba del todo indefensa… después de todo en éste mundo nunca se está seguro con quién vas a encontrarte y por lo que respecta a ese hombre bien podría ser un ladrón o un asesino en busca de su próxima víctima…

Estiré mi mano cuando me ofreció la suya y en ella él depositó un beso a manera de cortesía mientras su lengua agregaba un par de halagos más hacia mi persona y se presentaba a sí mismo. Yo sonreí como respuesta a todas sus palabras y permanecí con la cabeza erguida… en un gesto que era hasta cierto punto altivo pero no egocéntrico pues esa era la forma en que se me había instruido actuar desde pequeña.

- ¿Sacerdotiza ha dicho?- pregunté soltando una risa ligera- se equivoca señor Dinastion, los Dioses no me han llamado a sus servicios aún, provengo de Lössegardh y sólo el placer de visitar el templo es lo que me ha traído hasta la tierra de Freya y Odón- dudé un instante y después proseguí- Soy Raine Hrívë- no estaba segura de que supiera quién era yo en realidad, pero sabía que mi apellido le daría una pista- y aún sin ser sacerdotisa conozco el camino hacia la biblioteca, si lo desea puedo acompañarlo hasta la entrada.

A pesar del tiempo que había pasado lejos de Valador conocía muy bien su estructura y la biblioteca fue siempre uno de mis sitios favoritos, en realidad cualquier biblioteca tenía el potencial de llamar mi atención, así que no me era difícil indicarle el camino.

- Es lo menos que puedo hacer tras haberle mojado.

Comencé a caminar en dirección de la biblioteca a paso lento, no parecía que Laind tuviera prisa así que valía la pena disfrutar de las bendiciones de un paseo corto por la ciudad. La plática hasta ese entonces había sido bastante casual pero de un instante a otro lanzó una pregunta al aire que me hizo sonreír y detenerme un segundo para mirarle ya que él había hecho lo mismo.

- El destino guarda siempre sorpresas inesperadas… ahora sé que usted, mi lord, ha estado en Lössegardh- reí ligeramente sin afán de burla y entonces agregué- en el reino donde reina el frío no hay otra familia que ostente mi apellido, los Hrívë somos una casa muy antigua y yo soy la primogénita de los últimos descendientes que nacieron de ella- respondí finalmente sin dar mucha importancia al aquel hecho- espero no os incomodéis por esto- agregué sonriendo antes de comenzar a avanzar de nuevo.

No quería que mi título lo intimidara, era difícil conocer bien a las personas cuando éstas sabían que provenías de una Casa tan poderosa y antigua, y sin embargo me di el lujo de sopesar su reacción mirándolo de reojo.